jueves, 24 de enero de 2019

¿Y ahora, quién podrá defendernos?

Nunca es fácil despedirse de un amigo, pero la mejor forma de hacerlo es sabiendo que él se va feliz. Estar seguro, saber, que no hay lugar para maniobrar, insistir, tentar ni atinar a cambiar su opinión, sirve. De todas formas, el nivel de facilidad es inversamente proporcional al del tiempo compartido: cuánto más fue, más difícil se hace.

Todos vemos a nuestros amigos dos o incluso tres veces por semana. El cariño hace eso, atrae, llama a ocupar los tiempos libres en compañía. Ahora, ¿qué pasa cuando son seis de los siete días de la semana que se comparten? Sí, hay desgaste, lógicamente, pero se forma otro vínculo también. Saber que siempre se cuenta con el otro (guste o no, prácticamente).

Al margen de esa asiduidad, y más al punto que me trae a escribir en este espacio, si uno hace las cuentas saca que, a menos que seamos dos mantenidos empedernidos, cinco de esos días son en ámbito laboral; pero bajo ningún concepto eso le quita méritos al sexto día. Por el contrario, lo enaltece. Porque ese es optativo. Y no paga horas extra, necesariamente (lejos de hacerlo). Hace cinco años que Patricio Re elige, además de fumarme toda la semana, hacerlo en uno de sus días libres. 

Primer partido, 2011

En realidad, apersonándose los sábados lleva casi ocho, con algún intervalo ajeno a su voluntad. Desde el 2011, en aquel picado de la playa de Villa Gesell en el que me invadió una sensación de libertad para quedarme arriba porque había un pibe atrás que sacaba todo, que tengo el placer de compartir equipo con él. Hace poco menos de una década que cada vez que suelto se me escapa la marca y miro para atrás, lo veo a él. Hace casi un decenio que cuando me desordeno, él me ubica. Hace casi una década que cuento (o contaba, mejor dicho) con la seguridad de tener un 2 que antes de que lo pasen, muerto.

Decir que reemplazar a alguien así es imposible es una obviedad, por lo que me ahorraré la saliva virtual (aunque esta oración es notoriamente más larga que si lo hubiese dicho). Pero mierda que es difícil. No viene al caso ahora, de todas formas, el relevo. Viene al caso que te nos me vas y que de no ser porque te vas feliz y por la puerta grande, tan grandes como pueden ser las puertas de Pesto, me pone contento y me deja tranquilo. La mejor de las suertes y si algún día se te ocurre volver, esas mismas puertas que te vieron salir van a estar siempre abiertas.

Increíblemente no encontré ninguna tuya yendo al piso
Lo único que me queda después de todo esto, además de cariño, recuerdos y demás cursilerías, es un interrogante: y ahora, ¿quién podrá defendernos?

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